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En 1994 entró en vigor la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático CMNUCC (UNFCCC en inglés), adoptada durante la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992. Ésta fue ratificada por 196 Estados que constituyen las “Partes” de la convención.
La COP21 representa la vigésima primera Conferencia de las Partes de la CMNUCC y vela por la aplicación del Protocolo de Kyoto de 1997 en la que se fijaron las metas concretas de reducción de gases que tienen que acometer los países desarrollados. En la que finalmente, sólo se vincularon a 37 Estados, de los que 28 pertenecen a la Unión Europea, y que solo representan el 12% de las emisiones globales. Fuera, se quedaron las principales potencias emisoras: China, al no estar dentro del grupo de países desarrollados, y EE UU, que no ratificó el protocolo. Kyoto entró en vigor en 2005 y, tras diez años de aplicación, ha conseguido una reducción del 22% de las emisiones en los 37 países firmantes, muy por encima del 5% fijado como meta. Pero al no estar las principales potencias, las emisiones globales han seguido creciendo.
El principal objetivo de la COP21 es mantener el calentamiento por debajo del límite de los 2ºC con respecto a los niveles preindustriales (hacia 1850). Otro de los objetivos era el de lograr movilizar 100.000 millones de dólares anuales por parte de EEUU, las organizaciones internacionales y el sector privado a partir del 2020. A pesar del acuerdo de casi todos los países del mundo, el texto deberá ser ratificado por todos los países la próxima primavera, no entrará en vigor hasta el 2020 y será revisado cada cinco años para que los países pongan al día sus compromisos y se fijen metas para la reducción.
¿Qué efecto tiene sobre el mercado energético?
Los más de 180 planes nacionales de acción (o también llamados Intended Nationally Determined Contribution y que corresponden al 95% de las emisiones de gases de efecto invernadero) definirán un importantísimo plan de inversiones en energías limpias. Se creará un nuevo sistema económico en el cual el futuro de los combustibles fósiles es algo incierto. Aunque el término des-carbonización ha sido reemplazado por descafeinado “neutralidad en emisiones”, pocos creen que un objetivo de 2 grados puede alcanzarse sin una casi eliminación de los combustibles fósiles.
La principal dificultad para la correcta aplicación de las medidas será la de distinguir entre los países más o menos desarrollados y la transparencia en la monitorización y verificación del sistema que tiene que llevar a cabo las acciones del acuerdo. Todo ello dentro de un entorno de competitividad y ambición de los países.
¿Va a suponer la paulatina eliminación o sustitución de los combustibles fósiles?
Las propuestas de la cumbre podrían cumplir con el objetivo de limitar el cambio de temperatura media global a 2 grados centígrados, pero también se insta a la búsqueda de 1,5 grados adicionales. Se busca llegar “al pico de las emisiones de gases de efecto invernadero lo antes posible” (máximo valor máximo de emisiones) y la “neutralidad de emisiones de gases de invernadero en la segunda mitad del siglo”.
Lo que está quedando claro es que a largo plazo, la energía intensiva en carbono va a ser una de las inversiones más costosas que cualquier gobierno puede hacer y eso tendrá su repercusión en el actual paradigma energético.
Sin embargo, se continuará extrayendo gas y petróleo durante muchos años todavía aunque hasta las naciones, cuyas economías dependen directamente de la producción de hidrocarburos, ya están invirtiendo fuertemente en energías renovables.
Sin ser una prioridad en la cumbre, la discusión sobre la efectividad de los sistemas de derechos de emisiones de carbono que siguen en pie y que en los últimos años no han dado los resultados esperados, se reabre. Sin embargo basta con ver la recuperación de los precios del mercado y la premura de China para instaurar su propio sistema para 2017 para entender que volverán a ser relevantes en los próximos años. La discusión sobre los mercados de carbono se ha vuelto más complicada desde la introducción de la necesidad de “diferenciación” y que hace menos claro quién está haciendo qué y quién se debe permitir compensar dónde.
Después de dos intensas semanas de negociaciones, se ha llegó a los siguientes principios de acuerdo:
- Los países se asegurarán de conseguir los objetivos de emisiones que se hayan definido a partir del 2020.
- Los objetivos serán revisados cada 5 años.
- Las emisiones de gases de efecto invernadero deberán alcanzar su punto máximo “lo antes posible”.
- Para la segunda mitad del siglo, las emisiones de gases de efecto invernadero deben equilibrarse.
- Los países desarrollados deben contribuir al menos con 100 mil millones de dólares al año a partir del 2020 para ayudar a las naciones más pobres a frenar el cambio climático.
Conclusiones de la cumbre según Magnus
En términos positivos, cabe ver con satisfacción que se ha llegado a un ciclo de revisión de cinco años sobre los objetivos y que las sucesivas contribuciones deben ser una progresión de la inmediatamente anterior. Sin embargo, hasta el 2030, no hay ninguna obligación para revisar los compromisos actuales a pesar de que voluntariamente se puedan anticipar los cambios.
A nadie escapa que se trata de un acuerdo de mínimos y quedan muchos flecos por tratar. Sin embargo, el éxito o fracaso de la señal que lanza la cumbre de Paris pasará por ver cuantos países ratifican dicho acuerdo en la primavera de 2016.
Todo ello dibuja cambios importantes en los próximos años, en los que los países desarrollados seguirán liderando los proyectos en tecnología renovable y el concepto de “cambio climático” estará, más que nunca, encima de las mesas en las que se decidan las inversiones en fuentes de generación contaminantes en un futuro.
Seguiremos consumiendo hidrocarburos y carbón pero la presión por un cambio paulatino de modelo energético mundial invita a pensar que, debido a su insostenibilidad, se va ir abandonando la casi total dependencia de los combustibles fósiles.
A nivel de mercados, todo ello supone una clara amenaza para el petróleo y derivados, así como el carbón. Mercados ya de por sí en una espiral de caídas que parece no tener fin.
Al mismo tiempo hemos “disfrutado” de unos sistemas de emisiones con escaso éxito y que apenas han condicionado en las decisiones. Pero la convención parece reactivar la necesidad de este tipo de mecanismos y podríamos ver como los precios de los derechos de emisión siguen su senda alcista de manera relevante.
El posible escenario futuro, beneficiará a los países que adopten sistemas energéticos poco dependientes de combustibles fósiles y Europa parece estar determinada a ello. ¿Qué precio se pagará por el camino? Renunciar a técnicas como el Fracking para tener fuentes propias de hidrocarburos nos hace perder en competitividad frente a otras naciones. Pero es un momento en el que se tiene que hablar de SOSTENIBILIDAD, por encima de COMPETITIVIDAD o SEGURIDAD.
Alejandro de Roca | Operations Director
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